jueves, 7 de octubre de 2010

Roberto González Barrera, el banquero improbable.

La siguiente información está basada en el texto de Alberto Bello en el libro Los Amos de México publicado por Ediciones Temas de Hoy.







































Cerralvo fue la primera población del estado de Nuevo León y su primera capital. Está situada en el noreste, a 40 minutos de Nuevo Laredo, en la frontera de Estados Unidos, en un clima semiárido que en verano alcanza temperaturas superiores a los 35 °C. Roberto González Barrera nació allí el primero de septiembre de 1930. Cinco años después, sus padres, también nativos de Cerralvo, emigraron a Estados Unidos para trabajar de braceros en la pizca de algodón del sur de Texas y lo que les saliera al paso, con vueltas ocasionales al comercio de su pueblo.
Roberto se quedó a vivir con sus abuelos paternos, y desde entonces empezaría a trabajar en cualquier cosa para ganar su propio dinero; empezó como bolero, antes de cumplir los 13, trabajaba como vendedor; a los 17, como perforador en las explotaciones de Pemex e Veracruz; a los 25 años, alumbró las calles de su pueblo trabajando para la empresa familiar, y en las postrimerías del sexenio de Díaz Ordaz era dueño y señor del mayor fabricante de la cada vez más demandada harina de maíz, que producía con tecnología propia. Tenía 40 años para entonces y ya podía considerarse un hombre rico, se codeaba con secretarios de estado, gobernadores, caudillos revolucionarios y hasta artistas, pero-y era un gran pero- en esa vida no había habido tiempo para estudiar. Nunca termino primero de secundaria.
En esos años Maseca, fundada por Roberto y su padre, Roberto M. González Gutiérrez en 1948, había revolucionado la manera tradicional de hacer tortillas, el alimento básico de los mexicanos. Su harina de maíz ahorraba a los hogares el arduo proceso cotidiano de cocción del grano, nixtamalización, amasado y preparación del único ingrediente insustituible del taco. La “maseca” rendía mas tortillas por kilo, duraba varios meses sin estropearse y permitía hacer tortillas en minutos. Superados los problemas técnicos y de mercado iniciales, apoyado en sus relaciones al más alto nivel con el gobierno, que repartía entonces generosos subsidios, y la competencia tibia e ineficiente de la entonces estatal Minsa, los Robertos habían armado un imperio empresarial.

Maseca era un objetivo calor a nacionalizar en los meses previos a la toma de poder de Luis Echeverría Álvarez, que quería proteger el “alimento del pueblo”, el maíz, como bien de interés nacional. La oferta era de 400 millones de pesos, Roberto pensó que con ese dinero y la venta de sus otros negocios podría irse a Suiza y estudiar, algo que había pospuesto por su incesante ritmo de trabajo. Sin embargo, el entonces saliente secretario de hacienda, Ortiz Mena con quien tenía una muy buena relación y su amigo o “hermano del alma” como él solía decirle, Carlos Hank González, le convencieron de no efectuar la venta de su empresa al gobierno federal. A cambio le fueron ofrecidos 100 millones de dólares en crédito para impulsar la expansión de su empresa.

Finalmente, Roberto González desistió de su idea de dejar su negocio por los estudios y continúo con su vocación empresarial; tomó los 100 millones de dólares y, tres décadas y media después, Gruma –nombre del corporativo en México que fabrica Maseca- tiene un valor de mercado de 1 700 millones de dólares. En 2006 la mitad de sus ventas de 30 645 millones de pesos y más de 70 por ciento de sus utilidades procedieron de Estados Unidos y los mercados internacionales. En México, Maseca tiene una presencia marginal en la venta de tortillas, pero sus marcas globales fabrican y comercializan una de cada cuatro de las que se consumen en Centroamérica, Europa, Asia y Oceanía, donde también venden botanas o productos derivados del trigo. Gruma distribuye 90 por ciento de la harina de maíz que se utiliza n la industria de Estados unidos y 35 por ciento de la utilizada en México por los hogares, la industria tortillera y de botanas. La fortuna de González asciende a más de 2 mil millones de dólares.
Sus críticos afirman que debe su riqueza a sus relacione con el poder en el México de la corrupción tolerada de los años sesenta, setenta y ochenta, en una industria que fue fuertemente subsidiada. Él replica que su principal competidor sigue siendo la industria tradicional, mayoritaria en México, y que Maseca nunca creció tanto como con la liberalización del mercado de maíz y la eliminación de los subsidios, definitiva desde 1999. Había hecho las inversiones en tecnología que le permitieron sacar mayor rentabilidad de sus negocios y, arriesgo en el mercado hispano de Estados Unidos cuando nadie creía en que los inmigrantes se convertirían en una fuente de crecimiento para las compañías mexicanas.
González es también el último mexicano propietario de un gran banco. La familia Barrera es de 1992 el accionista principal del grupo financiero Banorte, cuarto banco del país, con un valor de 10 mil millones de dólares, el único de los grandes que permanece en manos locales después de la crisis de 1995. Don Roberto (como se le llama en su entorno), jamás volvió a plantearse el plan de estudios que concibió en su crisis de los 40, cuando estuvo a punto de vender Maseca. Ni siquiera aceptó vender el banco al español Santander en 2002 con una muy buena oferta. Es un activísimo presidente del consejo de Gruma y Banorte, sigue presente a sus 77 años en cada decisión relevante, negociaciones, compras, supervisión de oficinas, relaciones con el gobierno, contrataciones o estrategia. Su equipo y su familia se quejan de que es difícil seguirle el ritmo.

González es un hombre de soles y sombras. Construyó una industria global a partir de un pequeño molino. Al principio para sobrevivir, después para crecer, jugó como pocos las reglas del juego que le tocaron: las del sistema que gobernó México durante 71 años. Así como recibió y repartió favores, fue un hombre trabajador infatigable y un empresario de visión que invirtió las rentas de una industria protegida en crecer. Aún sorprende a sus subalternos con sus ideas. Y, a pesar de que el sistema bajo el que creció se esfumó con la firma del TLCAN y la caída del PRI, él supo mantener sus empresas en primera línea, se trata de un hombre implacable que hoy solo se plantea a quién legar su obra.

Valor $:

1700 millones de dólares.

Vínculos Políticos:

Priista

Jorge Chapa, presidente del Consejo coordinador empresarial durante el gobierno de Miguel de la Madrid, le compraba bultos de harina.

Raul Salinas Lozano, padre del ex presidente y director de inversiones de Adolfo Ruiz Cortinesy pronto secretario de López Mateos fue su mentor político.

Fue testigo de boda de Raúl Salinas de Gortari.  

Carlos Hank González, "su amigo del alma", le ofreció 100 millones de dólares para expandir su empresa.


0 comentarios: